Me pregunto cómo te vas a sentir
cuando averigües
que escribí yo esto y no tú
Un desafío. Un reto. Con una flemática provocación, de inspiración beaudeleriana comienza el poemario Billy Collins, uno de los grandes poetas contemporáneos de América (USA). Uno de los más vendidos y, sin duda, el mejor pagado.
El libro nos remite constantemente a su arte poética, a su manera de entender la poesía. Una poesía de apariencia sencilla, prosaica, llena de anécdotas, donde, con gran sentido de humor, ironiza sobre lo habitual que es escribir poesía, las fuentes y lugares de inspiración del poeta, su aprendizaje, la satisfacción, vanidad o hurtos inconfesables.
Las moscas, los perros, el instante presente, las gafas, un viaje en coche o el paisaje urbano son protagonistas habituales de sus extensos poemas de leves metáforas y finales sorprendentes. Asombro e ironía. El estudio de la circunstancia y lo cotidiano. Una mirada oblicua y tangencial de la realidad.
Lo malo de la poesía es, que su abundancia impide dedicarle más tiempo a exquisiteces como ésta.
LO MALO DE LA POESÍA
Lo malo de la poesía, me di cuenta
mientras caminaba por una playa una noche-
la fría arena de Florida bajo mis pies desnudos,
un espectáculo de estrellas en el cielo-
lo malo de la poesía es
que anima a escribir más poesía,
más pececillos que atestan la pecera,
más conejillos
saltando de sus madres a la hierba cubierta de rocío.
¿Y cómo acabará algún día?
a menos que al final llegue el día
en el que hayamos comparado todas las cosas del mundo
con el resto del mundo,
y no quede otra cosa que hacer
sino cerrar silenciosamente nuestros cuadernos
y sentarnos con las manos cruzadas en la mesa.
La poesía me colma de alegría
y me eleva como pluma al viento.
La poesía me inunda de pesar
y me hundo como una cadena lanzada desde un puente.
Pero principalmente la poesía me inunda
con ganas de escribir poesía,
de sentarme en la oscuridad y esperar a que una pequeña llama
aparezca en la punta del lápiz.
Y junto a eso, el anhelo por robar,
irrumpir en los poemas de otros
con una linterna y un pasamontañas.
Y vaya panda de delincuentes infelices que somos,
carteristas, ladrones comunes de tiendas,
pensé para mí
mientras una fría ola se rizaba en mis pies
y el faro peinaba el mar con su megáfono de luz
que es una imagen que robé directamente
de Lawrwnce Felinghetti-
para ser totalmente sincero por el momento-
el poeta ciclista de San Francisco
cuyo pequeño parque de atracciones en forma de libro
llevaba en un bolsillo lateral de mi uniforme
subiendo y bajando los procelosos pasillos del instituto.
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